miércoles, 17 de noviembre de 2010

Thank You!


Aprovecho que se acerca Thanksgiving para recordar que tenemos muchas razones para dar las gracias. Hay que agradecer a los indios su fácil retirada y su espíritu de colaboración genocida tan vanguardista. Por desgracia dejaron atrás el cultivo del maíz y la patata entre otros alimentos altamente calóricos que no necesitábamos. También dejaron algún que otro bastardo por ahí suelto para que pudiéramos experimentar en las reservas los efectos del alcohol a niveles constantes y transgeneracionales.
Por qué no dar las gracias en Thanksgiving a Jimmie Durham por apedrear una nevera yanki y a James Turrell por ir como ciego detrás de ese chute de Belleza del que hablaban los Cherokee en sus himnos a la Tierra.

Como hija bastarda de genocidas agradecidos, quisiera probar esto de dar las gracias pues algo de mala conciencia debo de tener que airear también desde mi recientemente estrenado refugio, donde me dejo crecer las canas (que no el vello corporal) y amo mi chaleco de pastorcillo, los baños sin ducha ni mampara, el olor del campo abonado, las zonas de la casa sin cobertura, el grillito bajo la ventana o las conversaciones con la cartera, las vecinas y las piedras.

Ante todo dar las gracias al pueblo de al lado por bendecir este Edén enviando una señal de casi 10Megas de Adsl. También doy gracias a la Nespresso por los descafeinados de la tarde, a las galletas Diet y las patatas fritas Light por saber lo que me conviene. Gracias a Don Drapper por el placer de fumar Luckys e inventar el amor para vender medias de nylon. Gracias a la dueña de mi casa por poner una secadora en el patio y gracias a la opera-rock por salvar las mañanas de los domingos. Gracias a los funcionarios de hacienda por no comprobar todas las facturas y gracias a eBay por devolvernos la emoción en las relaciones comerciales. Gracias a las sopas chinas por la satisfacción inmediata delante de cualquier producción made in Hong Kong. Gracias también a mi querido Volvo por darme respuesta segura en las curvas y velocidad en las rectas, gracias a la Fnac por los descuentos en los dvds, a tve.es por emitir en directo y acabar de convencerme de que no quiero comprar una tele, leches! Gracias a mis progenitores por hacerme entender que el solterío es el estado ideal del ser post-moderno. Y gracias a todos los hombres y mujeres que han ido corroborándolo con los años. Gracias a Dalí por las granadas, al sol por el vino bio y a la Chusma por hacerle ascos a la naturaleza y así dejar algo para los demás. Gracias a Clinique por el contorno de ojos, y en general al Duty Free y a la bomba atómica por la cosmética japonesa. Gracias a mi vecino gallego por ser heavy y por arreglar las persianas de mi estudio. Gracias al facebook por frivolizar al fin eso de la amistad y a mi hermanita por enseñarme a escribir emoticones. Gracias a los rosales centenarios del jardín por proveer ramos estupendos para la cocina y gracias a los murciélagos por morir fulminados delante de los espejos. Gracias a la chimenea por atraer a mis amigos por aquí de vez en cuando, y finalmente gracias al arte, por muchas razones pero principalmente por dejarme vivir del cuento un rato más.

Thank you Jimmie, thank you James!


lunes, 27 de septiembre de 2010

HOTEL N.04




Paris Picasso Richter. Picasso era ya una leyenda cuando una conocida empresa de transportes enrolló el Guernika para meterlo en un avión y traerlo de Nueva York. Su siguiente viaje fue más épico. La misma empresa le hizo esta vez una enorme caja a medida que cobró a precio de coste, e incluso un camión a medida para trasladarlo en una sola pieza. Del almacén al Casón y de ahí al Reina, un primer camión escolta iba desmontando las farolas para que pasara el convoy histórico. Me lo contaron los mismos operarios. Me dijeron también que Richter tiene moscardones en el estudio y se conservan bien en sus pinturas, si miras con lupa.

viernes, 2 de julio de 2010

HOTEL N.03






Ola de calor en Bonn. Montamos casas de colores para los pájaros y pintamos mesas negras. Me adoptó una familia italiana, ensalada tricolore, carpaccio de buey y parmesano, chianti, tiramisú y grappa. Antes de volver fui a ver la catedral donde cantó un antepasado mío y enviarle una postal a mi abuela. Fuck gentrification.

miércoles, 30 de junio de 2010

HOTEL N.02






Oviedo. Resulta que no habían hablado desde que murió su marido. Mientras inspeccionábamos el lienzo a la lupa sonó un teléfono y me pasó la linterna para sacar el IPhone de su bolsillo. Un momento cinéfilo y de verdad, pero no podía permitir que cayeran más lágrimas ácidas sobre la capa pictórica. Luego nos contó su conversación y su drama. Colgamos el cuadro al revés y al día siguiente lo pusimos del derecho. El caminante nº1, Gerardo Delgado.

viernes, 11 de junio de 2010

Buffalo Bill

Parece que dentro de unos días zarpo hacia Buffalo.
Admito que no tengo ni idea de donde está Buffalo, ni he tenido el ocio de preocuparme por este detalle geográfico.
Un tren, una ducha, una nevera vacía, una enorme noche de pre-verano, unos mails y unos luckys: he buscado "buffalo" en google.
Primeros resultados: "welcome to buffalo grill" y "buffalo technologies" cuando yo pensaba en Cody, en Calamity Jane, en los bizontes y Cummings! Sigo clicando y descubro que hay una ciudad llamada Buffalo en Wisconsin, una en Nueva York y otra en Texas... Dejo de clicar.
Resultado final: iré a Buffalo con la intención de dormir (mucho) en un avión sin decidir (ni importarme) donde aterrizaré.

Billy The Kid, si estás ahí: “My vocabulary did this to me” y devuélveme mi ejemplar del Jack Spicer!
Eso sí, prometo fotos del hotel.


Buffalo Bill's

defunct
_____who used to
_____ride a watersmooth-silver

______________________ stallion
and break onetwothreefourfive pigeonsjustlikethat

__________________________________ Jesus

he was a handsome man
_________________ and what i want to know is
how do you like your blueeyed boy
Mister Death


E.E. Cummings

miércoles, 3 de marzo de 2010

HOTEL N.01



Recuerdo que la chonumberone me explicó una vez el tinglado que se organiza cuando viaja. Por supuesto con su company, alias el hombre invisible.
Primero se compra un billete muy barato por internet, con meses de antelación, pues en diciembre ya se monta el parchís festivo de todo el año siguiente.
Y le sale muy barato porque no factura equipaje. A la ida estruja sus enseres más mugrientos en una maletilla de mano. Se lleva sus bragas más desgastadas y calcetines de media (color carne of course) agujereados. Hacer esta maleta le lleva mucho tiempo, toda una vida de cho en realidad. Al llegar a su hotelito – os ahorro la descripción de los hoteles que se curra, porque en este punto se aventura en temas estéticos, económicos y lacanianos, mezclando la idea de charm y el deseo desafortunado y lascivo de follar con el hombre invisible en estos lugares que ni en mis peores pesadillas. En fin. Luego me explica con detalle como cada día que pasa en el hotel, va dejando la ropa que se ha puesto uno o dos días, sucia y dobladita encima de la basurita del lavabo. Dobla las bragas sucias, la camiseta y sus calcetines (mientras me cuenta hace los gestos muy pulidos de doblaje) y los abandona ahí encima, sin atreverse a decir que los tira definitivamente a la basura, por si alguna mujer de la limpieza quisiera lavarlas o no y quedárselas. Pero eso le da un poco de asco y dice que no sabe si acaban tirando su mierda o si se la olisquean, no obstante insiste en este suspense que le excita en realidad. Total que vuelve sin maletas a su puto pueblo tan ancha, creyendo haber dejado en un hotel algo de su ligera libido para volver a su rutina de cho.

Pues eso, repasando apuntes desde el más allá.

No deja de llover y estoy en pijama a las tres de la tarde, escuchando la programación especial de huelga en radio3 en la cama. La verdad es que odio viajar y la pesada idea de la vacación, así que ésta es solo una historia desagradable que me permite lanzar una deprimente sección de hoteles en este blob. Quien quiera puede contribuir a este intento, por una antropología de la estética hotelera? Venga.




Desde habitación y pasillos de hotel, Lisboa

martes, 2 de marzo de 2010

I’ve been to Lisbon and back



Las llegadas a Lisboa siempre han sido muy violentas. Los aviones aterrizan casi encima de la ciudad que desprende turbulencias y hace temblar todo sin que las azafatas de la TAP se inmuten, sin que dejen de reír con el piloto a través de la compuerta de la cabina abierta, afilador de uñas en mano como único equipo de salvamento.
Mis amigos enterados y escritores siempre hablan de lo bonito que es Lisboa, sus cafés y sus callejuelas, su tranvía y su Pessoa. Pero nunca he visto todo este mundo tan parado, inspirado y melancólico que describen. Tampoco lo he buscado, pues siempre he viajado a esta ciudad por circunstancias sin pensar en lo que me iba a encontrar más allá de mi agenda. Ni siquiera he leído a Pessoa.
Una noche llegué a Lisboa, donde me esperaba mi entonces pareja de viajes más largos. Acudimos en seguida al amigo lisboeta, que nos hizo entender que las turbulencias venían del Belleza, una especie de casa-salón de baile que frecuentan los nostálgicos del Cabo Verde. Y a partir de ahí confundo las noches de esos días. Madrugadas comiendo en trastiendas de nostálgicos agitados, bailamos los primeros ritmos de la tektónica travestida e ingerimos cantidades de alcohol descomunales celebrando cada maldito instante de esa ruina urbana como si realmente fuera a derrumbarse todo.
Finalmente.
Hace unas semanas volví a sufrir los característicos temblores de un aterrizaje nocturno sobre esta ciudad. Agenda en mano me topé prematuramente con las circunstancias que me traían, tomé unos vinos de cortesía en un lobby decadentemente moderno y subí a mi insípida habitación de hotel para beber más vino y enfadarme en un solitario alcoholismo pueril porque no reconocía para nada la ciudad a la que siempre he querido volver para descubrir.
Finalmente. La segunda noche dejé la agenda atrás para comentar las misteriosas turbulencias de la TAP con este mismo amigo. No falló en sorprenderme con una oscura proyección de imágenes y una apresurada lectura a cinco voces de Eugénie de Franval. Estaba de nuevo en Lisboa.
Cuestas cinéfilas de cubos casi blancos y despedazados, ridículos trayectos en taxi de ida y vuelta, inyecciones de alcohol y de memorias de viajes y viajes, cortos y largos, no nos conocíamos tanto al fin y al cabo, alguna lágrima contenida y mucho Lisboa. Lo que sea que sea Lisboa. Y a partir de aquí se confunden las noches de esos días, nos agarramos a las masas de gente en el barrio alto entrando y saliendo de los bares como si fueran estadios de fútbol en plena fiebre de flippers. Entre las conversaciones siempre tan francófilas de los expertos, el tabaco local que lo ventila todo, los botones mágicos que no existen y los nostálgicos del Cabo Verde que siempre vuelven a sus mujeres, aunque sea a ciegas o por el reggea, qué sé yo. Gigante.
Hubiéramos seguido hasta el mar o tomado sopa verde si no fuera por las maletas, a las que uno se aferra para no dejarse llevar al lugar al que siempre ha querido ir finalmente.